El filósofo y escritor ha publicado «El bosque pedagógico», una guía orientativa en «el profundo bosque de la educación hoy»
Un docente que quiera profundizar en todas las propuestas pedagógicas de hoy en día no tendría tiempo para ponerlas en práctica. ¿Qué puede hacer? ¿Ignorarlas? ¿Obedecer a los políticos? ¿Fiarse de los expertos? ¿Pero de qué expertos? Ese es el punto de partida y el esqueleto que articula «El bosque pedagógico», el último libro del filósofo y escritor José Antonio Marina.
En esta obra el autor reconoce que «vivimos en la sociedad del aprendizaje, pero la pedagogía actual está confusa, incapaz de ofrecer soluciones para una situación compleja y acelerada. Necesitamos una educación potente y eficaz, pero no sabemos cómo pensarla». Todas las naciones, asegura Marina, «están en emergencia educativa».
Estamos presenciando continuamente la aparición de pedagogías emergentes. ¿Cómo saber cuál es el camino a seguir en esta avalancha de conceptos, teorías y modelos?
Estamos presenciando esta irrupción de pedagogías emergentes que pugnan por resolver los problemas, pero que a veces plantean otros nuevos, porque provocan confusión e incluso movimientos autodefensivos de rechazo entre los educadores y padres, desconcertados ante la proliferación de innovaciones a veces poco fundamentadas. Vivimos en la sociedad del aprendizaje, pero es cierto que la pedagogía actual está confusa, incapaz de ofrecer soluciones para una situación compleja y acelerada. De ahí este libro, humilde y laborioso, con frecuencia repetitivo y redundante, e incluso contradictorio, que pretende ser una cartografía en este bosque que no deja de crecer.
¿Su último libro es una especie de mapa?
Dado que en este momento se hace mucha investigación sobre pedagogía, lo que he intentado hacer es, efectivamente, una especie de «mapa» que nos oriente entre tantas investigaciones fragmentarias, e inconexas con otras investigaciones que suelen además inventar su propio vocabulario. Da la impresión de que muchas cosas son nuevas pero en realidad son cosas pasadas cambiadas un poquito. Eso está produciendo un espejismo de novedad, cuando lo que hay en realidad es mucha investigación movida. Ha salido otra imagen pero con dificultad de integrarlo en un modelo completo de pedagogía.
A veces parece también que todo se resume en un enfrentamiento entre la escuela tradicional y la nueva.
Lo que pasa es que cuando un paradigma que tiene una tendencia al todo, lo demás parece «malo». Y se transmiten por una cuestión de fe, de manera que se vuelve a repetir y no se tiene capacidad crítica para evaluar el paradigma en el que se está trabajando. Dicho esto, el paradigma antiguo se basa en el maestro, la memoria, los contenidos, mientras que el otro se basa en no aprender de memoria y en aprender procesos y no contenidos. Las críticas de los antipedagogos son muy feroces. Critican los puntos flacos del nuevo paradigma. Sostienen que hay mucha actividad, mucho proyecto, pero que al final no han aprendido nada.
No hay solución si no se atiende a lo poquito que cada uno tenga de verdad. Y es que cada uno ha cogido una idea fragmentada de la inteligencia. Lo que tenemos que hacer es bajar a una teoría de la inteligencia de la memoria y del aprendizaje humano que, en este momento es muy potente, porque aprovecha cosas de la teoría de la neurociencia, de la psicología evolutiva, de la psicología a secas, de la antropología...
Es que hay paradigmas nuevos muy controvertidos, como el que no hay que aprender cosas de memoria.
Cierto, ese es uno de los paradigmas nuevos que está mal. Cada vez que decimos que no hay que aprender cosas de memoriaestamos diciendo un disparate neurológico total. Porque la memoria es el órgano de aprendizaje que tiene nuestro cerebro y, por tanto, todo lo aprendemos de memoria. Y todo lo que comprendemos lo hacemos a partir de los conocimientos que tenemos. Pero el viejo paradigma tampoco está bien, porque consideraba la memoria como un acto de repetición para almacenar. Todos los aprendizajes se organizan a través de la memoria. Y por tanto los dos paradigmas tenían una teoría errónea de la misma. Así no se puede fundar una teoría del aprendizaje. El lema de la Universidad de Padres que fundé es que «hay que conocer para comprender, y hay que comprender para tomar buenas decisiones y actuar». Y eso es lo que nos interesa. De manera que el hecho de desprestigiar los conocimientos significa desprestigiar de una misma tacada la comprensión y facilitar que las decisiones se tomen por el trending topic de turno, algo que nos sitúa en una situación de mucha vulnerabilidad.
El paradigma nuevo también antepone la educación de la persona frente al conocimiento. ¿No es una exageración?
Es una contraposición ridícula. No hay que contraponer nada, para formar personas es indispensable formar el conocimiento. Pero sí es verdad que la educación tiene dos grandes columnas.
Una es la instrucción, que es un conjunto definido de procedimientos, de habilidades (ahora están de moda las destrezas, las competencias...), de conocimientos... Tienen que saber de matemáticas, razonar, pensar... pero todo se integra en un sujeto personal, o de una personalidad. La personalidad incluye más cosas: el estilo emocional, la manera de tomar decisiones, de soportar dificultades... ese es el carácter de la persona.
Por una parte está una, y por otra la otra, pero tiene que haber un proyecto integrador entre ambas. No podemos hacer una cosa holística, misteriosa. ¿A qué nos referimos cuando estamos hablando de personalidad o de carácter? De la peculiar forma que tiene cada sujeto de integrar muchas cosas que terminan siempre en el paso a la acción, de cómo actúa esa persona en la vida.
Ahora hemos recuperado a través de la psicología y la pedagogía americana una idea que era específicamente europea y que habíamos desdeñado un tiempo: el concepto de hábito. Adquirimos una cosa cuando adquirimos el hábito y repetimos con automatismo. Los hábitos se adquieren con aprendizaje, con entrenamiento. Desde Aristóteles se define a la personalidad como el conjunto de hábitos afectivos y morales que tenían las personas.
Las dos cosas tienen que estar dentro de un mismo modelo. Estamos ayudando a que los alumnos configuren su propia personalidad, pero mediante el fomento de hábitos emocionales, morales... que se van adquiriendo en la escuela y la familia o donde sea, y que tienen mucho que ver con el conocimiento y el modo de usar este. En definitiva, necesitamos una visión muy integrada del asunto.
En este momento lo que ocurre es que hemos «troceado» a los seres humanos y los hemos convertido en destrezas. Pero esas destrezas deberían articularse en la personalidad del sujeto concreto. No nos interesa que solo desarrolle una de las ocho inteligencias y nada más. Necesitamos que todo esto se integre en una persona.
También necesitamos una educación «a lo largo de toda la vida», pero desconocemos quién va a impartirla.
No puede educar cualquiera. Vivimos en una sociedad muy complicada. Necesitamos más formación que la que teníamos antes, más amplia y profunda. La fobia a las matemáticas empieza hacia los 9 años. Nos lo tenemos que tomar en serio. Hay que saber qué funciona y qué no. Y respecto a la formación de los docentes, eso no se ha cuidado nunca. Hay maestros estupendos, pero muchos de ellos autodidactas.
¿Cuál es su opinión sobre la marcha del Pacto Educativo?
La metodología que se ha elegido no es buena, tengo poca esperanza. Hice lo que pude con mi equipo cuando publiqué los papeles, señalando cuales eran los temas que han impedido que haya un pacto educativo a pesar de los intentos. El secretismo con el que se está llevando me parece muy perjudicial. No se puede llevar a puerta cerrada un asunto que interesa a toda la sociedad. Deberíamos saber las posiciones de todos los partidos para que después cada palo aguante su vela.... http://www.abc.es/ MRF
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